Llevo meses discutiendo con Saúl sobre la reencarnación. Recojo la
cerilla con la mano y transmito cuanto reconocí en el confuso laberinto de seres y personas. Hay momentos en los que no
estamos entre nosotros, ya nos hemos marchado. Precisamos de un tiempo
indefinido para preparar nuestra huida. Cuando fallecemos estamos aproximadamente
un año y medio sin dar noticias. A partir de ese instante podemos volver,
siempre que deseemos. La vida es elección y es afirmación.
Regresamos si aceptamos. Volver es voluntad propia. No aparecen
estrellas si no llega la noche.
Discuto con Saúl. Él intenta explicar que la vida es un oficio donde obtenemos
nota. Me niego a aceptar esa afirmación. Estamos porque hemos firmado un
contrato con plena aceptación. Y regresamos porque confirmamos otro contrato.
También indica Saúl que nuestro círculo de llegada es similar al que
hemos dejado anteriormente. Y lo niego. El universo es infinito. La tierra es
ilimitada. La multitud nunca será concreta si la observas.
Miro el teléfono. Un síntoma quema las entrañas, ha ocurrido algo en
casa. Suena el teléfono. Ha ocurrido algo en casa.
Creo en la vida, en la vida elegida, en el contrato, en la
reencarnación. Todo está firmado. Si no quieres venir qué haces con nosotros.