Nuestro objetivo es una meta inmensa por descubrir. Disponemos de la
vida para ello, del día y de la noche.
A menudo, cuando ha fallecido un ser querido, sentimos muy cerca a los
ausentes. Incluso podemos verlos, tocarlos, olerlos, sentirlos dentro de
nosotros. Son las erróneas presencias.
Recibimos y entregamos tanto amor con ellos que permanecen en nosotros durante
toda nuestra existencia. Pero no son, ellos no están.
Tampoco son confuso laberinto.
En este caso adoptan la forma física de esos seres pero sus almas son
diferentes.
El tránsito posee dos etapas. Antes de fallecer permanecemos en la
tierra unos 500 días preparando la marcha. Cuando morimos nuestro tránsito hasta
la reencarnación también será de otros 500 días. A partir de ese momento nuestra
misión consiste en descubrir esa reencarnación del ser querido.
Muy extrañamente la reencarnación se produce en nuestro entorno más
cercano, es lo inusual. Hay que buscar, dejarse llevar por el sentido común de
la indolencia. Ayudan las sombras y el ángel negro. Pero solo los elegidos lo
consiguen. El engaño de las sombras es la pista, no lo olvides.