Desde hace algunos meses entrego a mis hijos mayores las corbatas que
dejé de usar. En las últimas semanas les he regalado relojes, gemelos y otros
elementos del vestir masculino. No uso nada, no utilizo nada.
Recuerdo el poema Balance.
Lo tengo grabado a fuego en la cabeza e intento dulcificar lo amargo de la
vida, pero es imposible.
Un periodista cultural consulta a unos poetas sobre la poesía de
alguna provincia andaluza. Y cada cual respondió a su propio entendimiento, a
su propia sabiduría. La edad de oro de la poesía andaluza dejó de existir hace
años, ahora casi todo es rancio y empalagoso, de hace un siglo que dijo el más
avispado.
Hay poesía andaluza que huele a naftalina, a ropa vieja, un perfume de
Mercadona.
Reparto mis pertenencias mientras encargo estanterías a un carpintero
para llenar el pasillo de libros. Apenas queda hueco para la propia vida,
apenas queda nada.
El acto de donar es sinónimo de presente. El hecho de imitar es pasado,
y el pasado no existe. No hay poesía innovadora en esas provincias andaluzas.
No hay que sorprenderse. El olor a tiernos recuerdos nunca será futuro.