Nunca estamos tan cerca del cielo como en el momento de la muerte, de
la marcha precisa y vigorosa. Vivir para morir, no amar con la vida o por la
vida, amar desde el corazón para desligarse.
Y desde el corazón se contempla el horizonte sin complejos, sin envidias,
con la naturalidad suficiente para dar ese difícil sorbo de incondicionalidad.
El alma tiende siempre a buscar la excelencia, y no orienta las
acciones, las condiciona.
Suelta el alma en el laberinto, refléjala en el espejo, dale
confianza, genera oposición, protesta y previene.
Hoy he matado hormigas. Entraron en el baño por una ranura mínima.
Todas se desligaron. Todas dejaron de ser interlocutores.