jueves, 29 de diciembre de 2011



SIEMPRE amo lo que tengo, cuanto poseo me alegra y divierte. Aunque no sea feliz. Nunca escribo de pie, sentado es más sensato. El olor de las velas reduce el humo del tabaco y lo concentra en un espacio dentro de la vivienda. Como si viajaras con Luis Rosales y María en barco, con Dorothy serenísima, Dorothy glamorosa. Es Oigo el silencio universal del miedo. La carta entera. La almadraba. Un rostro en cada ola. Es Luis Rosales.

Fábula no es ficción. Es la realidad más pura de trama argumental diaria. Fábula posee todo el fundamento. Como dicen algunos, las lecturas de aquí se han empeñado en deshacer lo incierto y el fracaso. Por el paseo de piedra recorro los instantes del frío. No debo ser más cálido. Los hombres consecuentes suelen saber de la contrariedad.

No hay bosques sin árboles. No hay hombres sin poesía. Platón los expulsaba, nunca los extinguía. La humedad del entorno es un principio. La luz no llegará hasta la tierra si las ramas son densas.

En el centro del bosque no puedo ver las nubes. Solo escucho a los pájaros, no los diviso.

He arañado la pared en surcos. Hay números y letras y luces encendidas. La costumbre es un derecho, la distancia algo necesario. Es la misma canción que suena y se repite. Los prodigios se los regalo a Dorothy, el amor al cigarro.

Alzo la voz para separar la producción del fracaso. La cancela del cuadro se ha abierto en el óleo. Las niñas pasean por la orilla, y las contraventanas permanecen cerradas. El corazón no pide voluntades, busca recursos de cariño y una explicación ante la diversión.

Amo lo que tengo. Lo que no quiero lo odio. Y a vosotros, los políticos, poetas, bosques sin árboles, os regalo Oigo el silencio universal del miedo. Lo escribió Luis Rosales. Estaba en Cercedilla.