domingo, 19 de febrero de 2012


ENTRE la soledad y la luz me quedo con lo primero. Aunque la luz es vida la soledad es distancia. Y la distancia, como el apareamiento, nunca provoca confusiones. Dicen que el sol alumbra, que regenera, habita entre los vivos. Yo prefiero a los muertos, los de cabeza plana y cabellera al viento con pelo negro, siempre negro.

El cuaderno marrón sigue estando vacío. He anotado unos poemas de Parra inéditos. Recuerdos, confusiones, expresiones de antaño. Versos al fin y al cabo de don Nicanor.

Mientras conducía por la A-447, sin rumbo y sin destino, recordé a la mujer. Una mujer es como una margarita, si le arrancas los pétalos queda siempre un corazón amarillo que se acaba muriendo. No puedes preservarlo, ni siquiera habitarlo, permanece amarillo, amarillo, amarillo.

La música, el romance, las novelas que hablas y mencionas novelas, el gilipollas de turno que mira al horizonte. ¡Pobre gran gilipollas!

Es la reiteración. Repetir con palabras lo que no puede el alma y observar vertical el horizonte. Vuelvo a reiterarme. Con tu cabello negro, las novelas, el amarillo de los muertos, la vida, el alma, los poemas de Parra.

Novalis hubiera sido más cortés, un poco más correcto. Esperaría la noche para decir lo que he querido decir. Pero no quiero a nadie, ni siquiera a mí mismo. Luego tengo derecho a reiterarme, a volcar en lo absurdo el llanto de los pájaros, observar ese águila grande y roja que ronda a los toros en la A-447 (viniendo de Aznalcóllar siempre a mano izquierda, no vale la derecha, en la derecha habito, la derecha es mi casa, está frente a los toros).

No me sirve la luz. Es, como un espejismo. Y como buen misterio, engaña y proporciona una fuente de vida que ni quiero ni amo. Yo no deseo la luz, amo la soledad, el silencio, la vida entre los árboles y la melancolía.