jueves, 2 de febrero de 2012


ME he tumbado en la arena a esperar que el animal de compañía salga del escondite. Han dado las tantas. Hasta Juan Carlos ha recitado versos en un italiano españolizado. He recordado a Unamuno en sus últimos días, es la barbarie, la desesperación.

Siempre que hablo de poesía ante un público unánime menciono la soberbia, ese aspecto que sobra de la vida del hombre. Dejemos de pensar en los hemisferios. Las palabras pertenecen al signo de la convicción.

No paro de recibir correos de todas partes. Hay algunos que respondo por amor, otros por respeto y al resto los dejo en la modestia de la indiferencia. Se apaga la llama, no tengo a nadie a quien pueda definir, y mucho menos contestar.

Un vaso de cristal un poco sólido ha caído en el libro de la historia, de la universal. Desde el suelo el mundo se contempla con remordimiento. Hay una parte izquierda que es femenina, la derecha es imposición. Siempre amo la izquierda. Me he vuelto radical. Odio la soberbia de Bloom y su engreimiento. Su falsedad y la falta de objetividad. Si Bloom hubiera leído algo de poesía española en toda regla, respetaría la norma. Pero su norma no existe. Es como la no autenticidad de Ian Gibson y su Lorca.

A más de uno lo tumbaba en la arena conmigo. Seguro que no soportaría ni un mínimo instante. Y para subir hay que bajar, hay que quedarse abajo. Arriba hay mucha miseria y sobre todo mucha soberbia. Sí, es la soberbia.