miércoles, 22 de febrero de 2012


LA privación es carencia. Penía, la madre de Eros, era necesidad para Platón. Nuestros contemporáneos utilizan la queja como arma arrojadiza. Es proporcional la desazón a la cantidad de desgracias que padece tu vida.

Si siempre manifiestas pena o resentimiento tus días serán carencia y tus noches privación. Con la poesía pasa algo similar. La piedad es una duda y la queja es agravio.

El cínico, el no poeta, el nada verdadero. Escribir mata como condiciona la vida o justifica el verso.

¿No has contemplado alguna vez a los tristes? ¿Los no sinceros? Aquellos que comparan, determinan, los que dudan que los dioses existan y que la muerte sea un estado de gracia. Son los consigomismo.

Si en cambio fortaleces los actos con presencias, la poesía con palabras y la luz la dejas pasar por la tarde sin hacer un ruido, entonces el alma tiene alguna posibilidad. La misma que justifica la competencia y refuerza la razón de la palabra.

A través de este cristal opaco lo natural es bello, el conocimiento adecuado y la indeterminación es la cantidad de libros que posees junto a la mesa de madera. Antes había otras fórmulas, ahora la compostura. La naturalidad.

La creación es recreación. Nunca debes pararte. Conformarte. Contemplar lo bueno o lo malo y estar interesado en alguna fricción. Es el escepticismo. El miedo.

No te quejes. Deja de hacerlo. Enfréntate a los vivos que yo haré lo propio con los muertos. Ganarás en derechos, en significado y en platonismo.