sábado, 25 de febrero de 2012


LEER pausadamente. Escuché esta expresión en la conciencia. Leer con lentitud. No aprendemos a leer en toda nuestra vida. ¿Crees que sabes leer? ¿De verdad? El cómo, el cuánto, el qué. Expresiones de vida con una utilidad: misterio. Lo reservado es culto, un estímulo casi sagrado y, digo casi, extraordinario. Nunca lo recóndito se puede explicar y mucho menos comprender. Pasas la vida en torno a varios libros que se van desmembrando como lo hace el sauce en el invierno.

Nuestra meta debe ser leer a autores de otros siglos pasados o grandes, y aprender, y hablar algo de ellos. No leamos obras de nuestro tiempo. ¿No tenemos bastante con el pasado? Lo contemporáneo habita en una época que todavía no es. No se ha formado. Ni siquiera mora en la mansedumbre.

¿Escribir para qué? Si hay tanto que leer y tan poco tiempo para asimilar. La riqueza de una emoción es proporcional a la grandeza de una obra literaria. La incluye, la mantiene, la conjuga.

Y todo pausadamente, lentamente. Sin atragantarse. Pero vuelve siempre a lo mismo. Hay que leer bien. Con decisión. Como si al tomar el libro entre las manos tuvieras que adoptar posturas radicales. Algo así como el movimiento de un cangrejo a la orilla del mar. Sin dudar. Debes salvar el tipo, el tipo es la aventura.

En la naturaleza se observa y se respira. Tocas lo que puedes tocar, que es casi todo, y mantienes las celdas que serán tu prisión indefinida. Nunca saldrás de ellas. Forman tu naturaleza. Entornos, familia, libros, botellas, cigarros, árboles. Quien vive cerca del naranjo permanecerá con un tono ruiseñor y nada dejativo. Quien se acerca al olivo verdeará como el viento alejandrino. Pero aquellos que exhalen la encina, el olmo, el acebuche, el mirto y tantos, tantos otros, leerán. Y lo harán lentamente. Con pausa. Y la pausa es atención. Y la atención sustancia. Y la sustancia es misterio. Y el misterio es un arte telúrico y sagrado. Como la lectura. Siempre que se haga con la tardanza justa. La que marca tu tono, tu ritmo, tu expresión. La que dicta la esencia. Esa que mantiene a la naturaleza y en ella permanece invariable.