Hay personas con las que me alimento. Tan solo su presencia y la
respiración otorgan bendiciones. Aprendo, me disculpo y, cuando quiero
escuchar, guardo silencio.
Esos seres resultan extraordinarios. Enseñan su paciencia y su
agasajo. Sonríen y fijan la mirada en la mirada.
En cambio hay otros que rechazan la misma voluntad. Han premeditado su
vida, han configurado los objetivos y trepan por el mundo sin criterio.
Una vez conocí a un matrimonio de este tipo. Él falleció de pena y
ella de misterio.
La voluntad nunca puede con el entendimiento, acaso condiciona o maldice, pero no justifica la vida por sí misma.