miércoles, 28 de mayo de 2014

Nada




Decía ayer un poeta que Juan Ramón Jiménez es a Rilke como Garcilaso a Petrarca. Y tiene razón. Por eso acudo antes a Rilke y a Petrarca. Existen diversos grados de revelación, y en el origen se encuentra la grandeza.

Una vez tuve cerca a un rabilargo. Hablábamos, reíamos, discutíamos del arte siempre que el arte se dejaba. Pero el rabilargo se fue. Prefirió la vergüenza a la indolencia. Eligió el camino del renacimiento, nunca admiró el siglo de oro, odiaba todo aquello que no proporcionaba intereses. En cambio yo admiraba la felicidad.

Mi falso rabilargo hablaba en verso. Decía cosas que no se creía nadie. Reía con sus palabras.

Sus acompañantes eran seres de ultratumba. Incluso uno llegó a ganar un premio importante. Admiraba los engaños, defendía todo aquello que no deja de ser y es, luego no existe. Confundía la generosidad con el incumplimiento.

Hoy leo a Rilke y a Petrarca. Acudo a su recuerdo y siento una tristeza descorazonadora. La verdad como el alma, llena al hombre de humo.

Nadie estaba enamorado de Nada.