Tras la ventana, decías a mediodía: No existe la muerte. Y te creí. Conjugué todos los verbos en
presencia de Luzbel, engañé al rabilargo al final del camino y dejé caminar en
la tierra a las hormigas y en el aire a las arañas.
Si Loreto está presente no existe la muerte. Acaricio el anillo. En
los bordes ennegrece, en su perfil brilla. Apuro el último sorbo de hielo antes
que se derrita. No existe la muerte.
Repito la expresión mientras pienso en el pasado, que no existe.
El reflejo de la luz de la lámpara evita que corrija el poema. Hay
ausencia de luz.
Bienaventurados aquellos que se llaman poetas, de ellos es el reino
del infierno. El cielo, como el pasado, no existe.