Sigo leyendo. Escribo anotaciones en los libros que adoro y soy incapaz
de crear nada. Nada puede reflejarse en el espejo y las sombras agradecen el
silencio.
El libro sobre Edith Stein, Arendt, Weil y Zambrano tiene muchas hojas
dobladas. Se encuentra sobre la bandeja de madera que utilizo para trasladar
los libros de la habitación al salón, y del salón a la mesa del porche. Viajo
como un camarero con bandeja, pero en ella solo hay libros, los mismos de
siempre.
Traduzco poemas de autores franceses. Saco el anillo del dedo y busco
un joyero que fabrique un nuevo anillo dibujado en la tierra que han
trazado los pájaros. Los rabilargos han hecho un buen trabajo. Posee signos y
círculos, tiene unas dimensiones exactas, una medida equilibrada.
No me gusta el verso blanco, el
endecasílabo aburrido y monótono que recorre el césped. Viajo al árbol de dios y me acomodo. La posición del sol
evita la sombra. Miro al cielo y no hay nubes. Se han marchado los pájaros.
Decía Ana María Matute que a la literatura se entra con dolor y
llanto. No es la primera vez que lo escucho. No me sorprende.
Recibo de México unas extrañas fotos de finales del XIX. Las
digitalizo y las archivo en la nube.
Dolor y llanto repito. Dolor y llanto. Sin dolor y llanto no hay
creación, es imposible. La felicidad no existe en la creación. Si aparece no es
creación.