Leo a Ordovás. Una vez y otra vez. Me siento identificado con sus
personajes.
No creo en los paradigmas de Platón, nada puede ponerse como modelo ya
que todo es mentira.
Odio la vida literaria y odio a aquellos que se hacen llamar poetas y
que lo anuncian en sus páginas. La poesía es del pueblo y para el pueblo, y en
ellos radica la virtud. La apariencia y la presentación acaban siendo manifestación,
y toda manifestación es egoísmo, envidia, limitación.
Odio las libertades, las indulgencias plenarias, las mentiras y los
falseos. Si un poema o un libro no me gustan, no me gustan. Odio lo empalagoso,
lo que no dice nada, aquello que no me levanta del asiento aunque esté
construido maravillosamente.
La libertad es el síntoma de la desesperanza. Y la justicia es
sinónimo de lo no bello.
Sigo saltando por los tejados, como Josu, el protagonista de la novela de Ordovás. No tengo ganas de reírme pero río. La civilización es un montaje, como la política.
No preguntes por favor. Si no me gusta ya he dejado de responder. He
dejado de ser cortés para convertirme en incorrecto. Y un incorrecto no es
traidor de la realidad, es un adulto que
alimenta los sueños, es un ser marginal como el aire, la nube o el rabilargo.