Miguel Ángel Asturias: El Señor
Presidente
Los pordioseros se arrastraban
por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la Catedral helada, de
paso hacia la Plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares, en la
ciudad que se iba quedando atrás íngrima y sola.
La noche los reunía al
mismo tiempo que a las estrellas. Se juntaban a dormir en el Portal del Señor
sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de otros, insultándose a
regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñendo muchas veces
a codazos y algunas con tierra y todo, revolcones en los que, tras escupirse,
rabiosos, se mordían.