DICE dios que el centro es muy bello, pero
para permanecer hay que estar y ahora como que no caigo en si estoy o me
derrito. Vuelvo a mi loquero. Se pelea con dios.
Cada uno dispone de una terapia diferente y no consiguen transmitir lo que
realmente deseo escuchar.
Dejo a dios con el loquero. Ellos entenderán lo
que nadie es capaz de recibir.
Dicen que el
centro es muy difícil de conseguir. El verdadero centro. Del que todo proviene
y en el que todo permanece. Hasta la incredulidad, el fácil conocimiento. La auténtica
poesía.
Y la poesía es
desesperación, angustia. No fue un divertimento, ni siquiera ese absurdo objeto
de deseo que intentamos alcanzar con el desconcierto.
Es la verdad.
Dejo el último
cuaderno marrón en la consulta. En él he anotado aquello que soy y lo que no he
conseguido. A ver si en su lectura se determina algo provechoso de una vez. Y
consiguen ayudarme. Y desaparece el dolor de la cadera que vuelve con las
primeras lluvias.
Apenas puedo
leer. Solo a Parra. Su ironía me desgarra, aunque también me absorbe.
Cojeo más de la
cuenta por culpa del zapato desgastado de la pierna izquierda. En la izquierda
todo está derrumboso y sin
coeficientes.
Intento vivir y
no me dejan. ¡Qué absurdo! Todo sigue siendo mentira, hasta los correos que
recibo de imbéciles con justificaciones. Debo acudir al centro. Allí todo es
verdad.