HOY hablo con
Nicanor y me pregunta por mi loquero. ¡Manda cojones! Mi loquero es uno, mi
loquero es trino, mi loquero es famoso. Hasta en El Tabo se le reconoce.
Me dice el de
las tres cruces, muy sabiamente, que si
todo el mundo me llama para que le publique un libro. Asiento. ¿Y quién te llama para publicarte uno? Nadie.
La realidad es que nadie. El libro al fin
y al cabo, repito, me la trae floja.
Si soy muy malo,
le digo a Parra. Tengo 2.400 visitas diarias a La vida al filo de la espada. Una miseria comedida. Unos treinta
euros de ingresos por publicidad y menciones en Twitter que no soportan la más
mínima insinuación.
Uno es un pobre
ignorante. Aprendiz de brujo que no sirve ni para fumar los caramelos que
acompañan al tabaco rubio. Mastico el chicle sabor a Coca Cola en el cuarto de baño, aunque mi madre haya fallecido. Y
por las noches duermo gracias al halazepan.
Los que trinan
apestan. Los que sufren descomponen. Tres días a la sombra y has perdido el
color de la miseria. Blanco, estás blanco como la leche de soja. Mucho más sana
que la de vaca engordada con pienso y reservas.
Mierda de
literatura. Séneca era maricón, aunque resultara sabio. Juan Ramón, machista
comedido. Y Borges, un engreído. Así, aunque el móvil suene en cada mensaje,
hago el efecto de borrar como el de soltar leches al aire. La literatura es una
mierda. Una auténtica mentira. Y todos, los que escribimos para el universo,
tenemos la culpa de ello.