sábado, 13 de octubre de 2012

Mi Dacia


EN la A-477 hay obras. Desde hace semanas intentan llevar el agua potable a mi casa. Aparco mi Dacia en el único hueco posible y hablo con los obreros. Han abierto una zanja muy grande. He arrojado en ella todas las primeras ediciones de los libros que tenía. Incluso los de Parra. Antes llamé a El Tabo. Nicanor me dijo que le importaba un carajo. Agradecí su sinceridad. Con Juan Ramón no pude hablar, pero tiré sus obras. Todo es mentira. Nada se salva. Nadie se sostiene.

Este año no pido leña. Sigo recibiendo libros, revistas y reseñas. Y se quedan tan anchos. ¿Reseñas? ¡Qué bien arden en el fuego de la sinceridad!

Me encanta beber un botellín de cerveza con un obrero rudo. Y oirle. Escucharle. Se puede vivir sin libros aunque no determines que la cultura manifiesta un olor de mentira. Ahora cobro tarifa por permanecer, debo pagar el tabaco, los libros en la tierra y en el fuego.

No me quedan cuadernos, los he quemado todos. Los he arrojado todos. Frente a casa la Junta ha construido una reserva de estudio de los pájaros. Por eso no me visitan. Acuden a su nuevo hogar, al lugar de la mentira y la aportación.

Todo se conjuga menos los verbos. Las palabras inventan nuevas palabras y los mensajes los borro sin leerlos. Necesito más libros que se apaga la chimenea.