El gato que rozaba la cola a los humanos preguntó al rabilargo por
un libro de poemas que deseaba leer. El rabilargo cuando hizo memoria recordó
que ese libro ya no estaba en su nido de la encina, ni calentaba a sus hijos en
las noches de frío.
El rabilargo había leído ese libro con la pasión inicial del deseo,
pero le pareció como casi todos los poemarios que leía: vacío, ausente de ética
y de lealtad. Regaló el libro a la comadreja que permanecía en el tronco del
acebuche. La comadreja, que no entendía de literatura, amontonaba los libros
que le regalaba el rabilargo y con ellos construía su hogar.
El gato intentó justificar al rabilargo la labor del autor de ese
libro pero no encontró palabras convincentes, tan solo se dejaba llevar por la
servidumbre y la miseria que ello comporta.
El rabilargo guardó silencio. Era bello y bueno.