Fumo para mantener el olor del tabaco en la ropa de uso cotidiano. Es
como un amor preexistente que diría
la Zambrano. Y el perfume que desprende me hace cerrar los ojos. Siempre que
recuerdo o leo a Antonio Machado viene a la mente las últimas horas de mi
padre, pero sigo leyendo, prosigo con los versos del poeta y huelo a simulacro.
A veces imagino el olor literario de la celda de Miguel Hernández y
Buero Vallejo. Y vuelve a presentarse el humo del tabaco, un humo blanco y en
constante movimiento. Como la analogía de la línea de Platón: conjetura,
creencia, pensamiento, intelecto.
Enciendo el cigarro con dos manos para evitar que el viento apague la
llama, existen precedentes o propósitos. Intento reiniciar el acto de fumar con
ironía, sin criterio, pero el humo aparece.
Soy un ser lleno de esperanza, un animal domesticado para fumar. Con
condena y muerte. Ya firmé el contrato hace miles de años.