Vuelvo a leer poesía. Han resultado, estas semanas de esparcimiento,
una agonía verdadera. Ya recojo lechugas, hojas de roble, cebolletas, acelgas.
Dedicaba más tiempo a contemplar el huerto que a vivir.
En la literatura contemporánea existen los poetas y los no poetas. Los segundos no me interesan
en absoluto, aunque figuren en críticas de suplementos o en listas de obras
vendidas.
Pero dentro de los poetas hay dos divisiones claramente constatables.
Por un lado están los poetas auténticos, aquellos que se cuentan con los dedos de
una mano y sobran dedos, por otro los poetas que se suicidan utilizando
recursos ajenos para ser contemporáneos.
En realidad este tipo de poeta no desarrolla su voz personal, la
necesaria, la verdadera. Desean a toda costa (por eso toman prestados recursos
de éxito) ser reconocidos.
Leo un libro y anoto en las guardas los autores que se reflejan en los
versos. Ya hay garantía que hablarán de esa obra y citarán a unos y a otros.
El suicidio, el suicidio del poeta. La ausencia de su propio ser, sin
dejar de ser, para ser otro.
Reconozco que las lechugas están exquisitas, los recursos ajenos y la
experimentación nunca llevan a la contemporaneidad, perjudica la propia obra.