sábado, 10 de septiembre de 2011

44 (Cuarenta y cuatro)



Hay un hombre que se asoma con miedo a la ventana. Debo saber quién es. Tiene un rostro que recuerda a las sombras. No descubro su imagen. Desde este lado los árboles son proyecciones, oscuridad, apariciones vagas.

Salgo pero no hay nadie. Entro y vuelve el espectro. La distancia que existe entre la puerta y el sofá es similar al tiempo de la suerte.

Tengo un libro de Mauricio entre las manos. La existencia me absorbe. Nadie quiere la muerte pero ya estamos muertos. Hemos nacido así, un espectáculo habita entre nosotros.

Dice don Nicanor que debo cerrar los ojos, respirar y sentarme en el centro del bosque. TRR ha pronunciado algo semejante. Si cierro los ojos seré incapaz de leer un poema. De memoria me salen muchos versos pero puedo cruzarlos todos, y no tendrán sentido.

Hoy vivo con Rosales, almuerzo con Claudio y en la noche me espera Colinas. Si pudiera ver el rostro de ese hombre ya no tendría dudas. Pero la duda existe, es una suspensión. Sin duda no existiría el desconcierto, tampoco la verdad.

La mano de Galdós está muy mal pintada. Con trazos maleados. Incluso bajo el cuadro hay una forma de ver donde no existe el óleo. Ese hueco es el afecto, la pasión de la imagen.

Ese hombre ha golpeado el cristal en tres ocasiones. He tapado los oídos. No puedo ver su rostro. Suelto el libro de Mauricio en la mesa y vuelvo a recorrer la distancia de la vida. Pero no hay unidad. Es un alma sin cuerpo que desea decir algo.

Quiero la claridad, la tranquilidad, respirar sin conducta, ser complaciente. Necesito vivir y ese hombre no me deja.