martes, 13 de septiembre de 2011

47 (Cuarenta y siete)



Si paseas por el césped las tardes de septiembre descubres a tu paso montoncitos de tierra. Son pequeñas elevaciones en torno a las hojas verdes. Una tierra suave, precisa, necesaria. Observas con paciencia y en ese material hay hormigas muy rápidas que vienen y se marchan. En el jardín, las hormigas construyen su casa antes que llueva.

Busco el insecticida para acabar con ellas. Y nunca lo consigo. Se marchan de esa tierra y aparecen en otra. Esta tarde, de rabia, he escarbado la tierra. Quería adentrarme dentro, ahondar, remover, descubrir. En el centro de la tierra se hallarán los matices.

Estas listas hormigas se han llevado lo bueno. El agua enfanga todo y flotan los desvíos. No persigo a ninguna. Pretender, conseguir, perseguir, es lo mismo. La poesía y las hormigas trabajan a destajo, pero nunca le alcances. Eso es imposible. Limítate a escarbar, ahondar, descubrir. Sonríe con el hallazgo, pero no te lo creas. Ya no hay recompensas por buscar los caminos.

Prefiero a los pájaros, son seres solitarios. Las mariposas vuelan por encima de todo. Una noche, mientras dormía, apareció Sonia con sus gafas de magia. Perdió a su padre muy joven, nunca supo quién era. Llevaba una vida sobria, y a veces disfrutaba.

Hace ya muchos años recibí una carta. En remite había una leyenda dulce: “¡Hola! La luna te está esperando a la vuelta de la esquina”. Cuando leí el escrito que había dentro del sobre, soporté estoicamente todas las ilusiones. Respondí con mensajes a través de segundos. El segundo, si es cierto, vale más que el primero.

No he vuelto a ver a Sonia. No sé nada de ella. Quería estudiar Derecho. Era una chica joven, pequeña y elegante. Sus gafas reflejaban el rostro de quien mira. Una tarde en su cuarto me contó sus historias. Estábamos a veinte kilómetros de mi casa. Volví andando. Llegué tarde. Hacía frío. Recordaba las palabras, su rostro, su sonrisa. Nunca fui capaz de escribir un poema a Sonia. Como una hormiga intentaba escarbar pero nada salía.

En un cuadro de Neville aparece una imagen que trae a la memoria la figura de Sonia. Se refleja en un espejo con marco verde. Le digo buenos días y buenas noches. La apariencia responde con un guiño los días que hace frío.

Cuando veo a una hormiga que está dentro de casa, tomo el cuaderno negro, el de las tapas duras, e intento que el verso ahonde en mi propio reflejo. El cuadro de Neville es un paisaje.