martes, 31 de mayo de 2011

Cinco



Hago inventario en el mundo genial de las cosas que dices. Y he tenido suerte. El día que Satanás llamó a mi casa dios abrió la puerta. Transcurridos unos minutos pregunté quién había venido y mirándome a los ojos de una manera extraña exclamó: “¡Nadie!”. Supe entonces que algo había pasado. Vivía con dios desde hacía unos meses. Aún no tenía la seguridad de los últimos tiempos.

Es fácil y sobraron precipicios. Lo complicado se quedó en el cajón de los zapatos. Con el paso del tiempo la confianza se hizo música. Y entonces, justo en ese momento, nos dijimos la verdad. Escuchaba y olvidaba. Nunca deseé enterarme de una exacta descripción. Tampoco le atendía mientras sacaba conclusiones. El miedo se había apoderado del juego.

No podíamos ser agua el último día. Por más que insisto dios no quiere llamarlo para quedar. Ni siquiera invitarlo a casa a tomar un café con pastas. Creo que tiene mucho pánico.

Con lo que nos hemos dado. Casi todo. Siempre faltó esa palabra atormentada, quedé con el ansia de aprender, de conocer la realidad del visitante y sus motivos. Creo que me buscaba. Le he tentado tantas veces, hasta en el agua, que el reconocimiento ha omitido la propia condena. En una ocasión estuve cerca. Justo al lado. Calentó mi cama una noche de esas en la que duermes mucho. Sentí una extraña sensación de hundimiento. Junto a mí había un hueco y no era la esperanza. La almohada amaneció húmeda.

No queda nadie, verso acabado y punto. He dejado de escribir. En muchos años apenas un puñado de palabras con un ritmo sonoro y un tema: el juicio final. Temo el castigo, la decisión me exime. Un día vino a casa y le abrió la puerta dios. Mi amigo dice lo mismo, pero con sus palabras, TRR tiene razón. Ruego máxima difusión a algún poema, o a estas canciones de Jorge.