martes, 3 de mayo de 2011

Cuarenta y uno



Hay una rosa que despunta por encima de todas las rosas. Es una rosa roja. Está en el arriate, junto al pilón. La planta la compré sin garantías, en una triste tienda, y resultó barata. Esa rosa se observa por su gran magnitud, esa rosa es la vida.

A cada rosa nombro con un verso de Javier Salvago. Por ejemplo a una la llamo “El amor no lo es todo, pero ayuda”. A otra “No es bueno que el hombre esté solo”. Y para la gran rosa no encuentro ningún verso. Uno de Eliot o tal vez de San Juan. Pero aparece de pronto la Zambrano y deja caer una sentencia suma: “La voluntad sólo puede en la luz del entendimiento”. Debo tener cuidado, no vaya a ser que la rosa siga creciendo y acabe en el pilón. Entonces recordaré a Guillermo Carnero y ese verso: “Mientras flotan sin rumbo cadáveres y rosas”.

Dicen que ha muerto Bin Laden, y no lo creo. Han arrojado su cuerpo al mar, pero no flota como en ese verso de Carnero, y mucho menos sin rumbo. Todo es un pacto para hacer que el crudo baje y las bolsas suban. La situación de los mercados financieros es crítica, y esto puede aliviar un poco. Total, Laden tiene diabetes importante, y lleva muchos años escondido. Es una digna muerte, la del silencio pactado. Bin Laden murió con las revueltas islamistas. A los políticos y líderes mundiales, las personas normales no importamos, ellos creen que hacen la historia cuando en realidad la historia se hace con rosas en las manos. Y ahora creemos mucho menos que antes, y desde luego, de ellos nada.

Las masas salen a la calle para celebrar algo incierto, y todos se cuelgan las medallas, cadáveres, rosas marchitas. Como el matrimonio Hallett (William y señora), que acude diariamente a su Paseo matinal (1785). Lo barroco de sus vestimentas, un neoclásico rococó algo exagerado, y el rostro de la señora. Thomas Gainsborough (1727-1788) me fascinó, y lo sigue haciendo. The Blue Boy (1770), Mary Robinson (1781), o el escorzo de Ann Ford (1760). Me enamoré de la señora de Thomas Graham (1777). Cada obra de Gainsborough es una rosa que despunta por encima de todas las rosas.

Los cuadernos deben permanecer cerrados. Abiertos se ensucian de polvo y adquieren un malestar nada literario. La creación es una rosa humilde. La rosa que nunca despunta entre las otras, pero guarda su color intenso, y sus espinas. Atrapas la rosa entre las manos y la sangre se confunde con sus pétalos. La edad no nos hace callar, aunque vivimos en un olvido consentido. Nada nos importa más que nuestro propio silencio. Y si viene la luz, a este centro del alma, el dolor es intenso, como si alguien robara la verdad a los necios.

Voy a seguir leyendo a Jesús Aguado: ”Si amarte hubiera sido una forma de ser definitiva…”.