viernes, 20 de mayo de 2011

Veintidós



Me gusta que me hagan regalos. Regalos sorpresa. Que me entreguen algo a la luz de la luna o al claro del día no provoca la misma ilusión. Hoy he recibido un regalo muy bello. Un poeta me envía un ejemplar de la edición limitada de un libro de versos e ilustraciones. Una joya, que conservaré mientras esté en mi mano.

Se empeñaron que fuera esta tarde a la presentación de un libro de poemas en el Hotel Colón. Cuando llegué y mientras buscaba la mesa de ventas, para adquirir un ejemplar del libro, me preguntaba qué hacía allí. Miraba los rostros de los asistentes. Algún conocido, caras que suenan a la ciudad de siempre y muchos que nunca había visto. Descubrí, con el paso de los minutos, que la mayoría de los invitados procedían de Granada, y gran parte de los otros, de la Hacienda Pública.

A lo lejos Rafael de Cózar. Nos saludamos muy cariñosamente y conversamos un poco. Tuvo la amabilidad de presentarme al autor del libro, al protagonista. Me senté junto a mi amigo, y aguanté como un regalo envuelto el tiempo completo del acto.

No permanecí en el ambigú a la llegada de las cervezas. Monté en un taxi hasta mi coche y ojeé los poemas del libro. Un poco complicados para no decir nada.

Hoy he descubierto que me siguen gustando los regalos que recibo por sorpresa. Pero también que la poesía es universal y eterna. Todo el mundo puede hacer poesía. Puede escribirla. Pero es difícil, muy complicado ser fiel a la poesía verdadera. Lo fácil es efímero, lo auténtico es misterio, silencio.

Un epigrama caligráfico en el cuaderno de TRR, y muchas palabras de agradecimiento que debo enviar ahora que el desconcierto comienza a ser verdaderamente desconcierto.

Un joven periodista me envía un cuestionario para una entrevista. Y cuando leo las preguntas me digo “¡Joder, que se ha leído el libro entero!”. Es la primera vez que un periodista se lee un libro a la hora de redactar algo.

Me he acordado mucho de Olga. En Zaragoza hoy El Corte Inglés se ha vestido de grana y oro. Una nostalgia armada recorría los estantes de los pasillos en esos grandes almacenes. Estoy convencido que ha cortado oreja y rabo.

No encuentro en tu boca nada. Absolutamente nada. Posteo con Jesús Aguado recordando nuestras letras de jóvenes. Los trazos, los principios de una verdad que empieza a ser acumulada. Y esos principios los dejo en la Puerta del Sol. Me gustan los regalos que recibo. Muchos libros, algunas chucherías, y entre todos ellos la amistad. Y así, por sorpresa.