jueves, 5 de mayo de 2011

Setenta y siete



Tienes una forma diferente de mover las manos. Es tu manera de ejecutar las cosas. Un modo con mesura. Las actividades las realizas basándote en los criterios exactos. La formalidad siempre es cuidado, las reglas deben estar presentes. La consecuencia es cumplimiento. Aunque suelo olvidar muy a menudo la configuración de mi propia vida, intento que el estilo no resulte dañado. Pero no lo consigo. Un paso, una lucha, y al final siempre lo mismo. Aquí estoy matando hormigas que han entrado por quién sabe dónde.

He tomado café con Andrés Luque Gago y señora. Me ha enseñado su rincón taurino, su casa, su vida. Los trofeos de su historia repartidos en un ambiente íntimo. Un torero mayor que rebosa la sabiduría de los años. Estaba tan emocionado que ha encontrado los cuadros, los grabados, las fotos con Paula, Curro, Bienvenida. Los casi veinte viajes a América para triunfar quedaban plasmados por todos los rincones. Le ha llamado un Guardiola y Julio Cuesta. En vez de despedirme intenté un pase de muleta. Un gran hombre formal.

He observado que esta ciudad en este tiempo se engalana furtivamente. Y lo hace sin vergüenza, a la vista de todos, pero a escondidas. Y van apareciendo por las calles los disfraces y las sombras. El olor de humedad recién plantada nunca dará sus frutos.

Anda cabreado por el Twitter Pérez-Reverte desde Lisboa, con el asunto del plagio. Que había dos sentencias a su favor. Que una jueza ahora dice lo contrario. Que confía en el Supremo. Que lo haga, yo no. En la justicia de este país ni existe la mesura, ni los criterios, ni la formalidad. Menudo cachondeo.

Tengo ganas de ir a Córdoba mañana, pero no tengo ganas de conducir, ni siquiera de salir. La vida en soledad y silencio, a escondidas, es más gratificante. Si sales vas chocándote con sombras y fantasmas constantemente. Y ahora las sombras son furtivas. Llevan volantes y hacen el paseíllo.

Suelo fijarme en las manos de las personas cuando quedo con ellas. Las fotos o retratos siempre me llevan a las manos, y las personas son reflejos de las suyas. El alma se la ha llevado la jueza esa con lo del plagio.