Hablo con Saúl. La recuperación no acaba de consolidar. Me apena el
hecho de que moriré sin leer lo que debo leer. Eso es todo.
Él manifiesta desinterés. Indica que los no poetas que descubren sus limitaciones y el propio fracaso se
empeñan en controlar y en joder la vida ajena. Pero la vida ajena es demasiado
bella para ser controlada.
Hay poetas mafiosos, capos de la palabra equivocada, del verbo erróneo.
Aquellos que ni serán recordados ni manifiestan cariño alguno.
¡Debo leer!, repito en la cabeza. ¡Debo
leer! Virgilio, como Homero, empuja sus obras en la mesa de cristal. Las
retengo.
Un escritor norteamericano me llama por teléfono y me pregunta por qué
en Sevilla todos hablan de Cernuda. ¿Y
Bécquer? ¿Dónde queda Bécquer? –repite.
Sonrío. Pienso en esta triste pero bella ciudad del Guadalquivir,
donde los sevillanos prefieren a Antonio Burgos o a Paco Robles antes que a
Bécquer. Ellos saben darle a la masa lo único que desea escuchar, las mentiras
y las fantasías de los pobres de espíritu.
¡Pobre Sevilla! Digo a Saúl. ¡Pobres
sevillanos! Ignorantes de espíritu, aunque habiten la ciudad más bella del
mundo.
(Por cierto, muchas felicidades a dos mujeres que serán galardonadas
con el Premio Andalucía de la Crítica en las modalidades de Poesía y Narrativa.
Dice un pajarito que serán mujeres las galardonadas. ¡Felicidades señoras!)