martes, 4 de marzo de 2014

El pajarito




Hablo con Saúl. La recuperación no acaba de consolidar. Me apena el hecho de que moriré sin leer lo que debo leer. Eso es todo.

Él manifiesta desinterés. Indica que los no poetas que descubren sus limitaciones y el propio fracaso se empeñan en controlar y en joder la vida ajena. Pero la vida ajena es demasiado bella para ser controlada.

Hay poetas mafiosos, capos de la palabra equivocada, del verbo erróneo. Aquellos que ni serán recordados ni manifiestan cariño alguno.

¡Debo leer!, repito en la cabeza. ¡Debo leer! Virgilio, como Homero, empuja sus obras en la mesa de cristal. Las retengo.

Un escritor norteamericano me llama por teléfono y me pregunta por qué en Sevilla todos hablan de Cernuda. ¿Y Bécquer? ¿Dónde queda Bécquer? –repite.

Sonrío. Pienso en esta triste pero bella ciudad del Guadalquivir, donde los sevillanos prefieren a Antonio Burgos o a Paco Robles antes que a Bécquer. Ellos saben darle a la masa lo único que desea escuchar, las mentiras y las fantasías de los pobres de espíritu.

¡Pobre Sevilla! Digo a Saúl. ¡Pobres sevillanos! Ignorantes de espíritu, aunque habiten la ciudad más bella del mundo.


(Por cierto, muchas felicidades a dos mujeres que serán galardonadas con el Premio Andalucía de la Crítica en las modalidades de Poesía y Narrativa. Dice un pajarito que serán mujeres las galardonadas. ¡Felicidades señoras!)