La primera vez que leí el contrato estaba a punto de cumplir veinte
años. Lo entregó Saúl en Roma, dentro de la caja misteriosa.
Nunca obedecí a sus indicaciones y hay párrafos que conozco de memoria.
Otros, los más sensibles, evito
leerlos. Hoy acudo a él y salgo a la calle, arrojo las muletas y permanezco en
pie con un equilibrio propio de los atareados.
Un señor se ha bajado de un coche y me ha entregado las muletas. Ha
mirado fijamente y ha sonreído. Era el indolente número 13.
El presente por encima del día de mañana. Vivo el presente. El pasado
no existe y no creo en el futuro. Cuando firmas el contrato todo es futuro,
pero ahora solo presente, ya no existe el futuro en la vida.