En estos tiempos acudo mucho a Última
cordura (1993), y a un poema de ese libro: “Preparación de la muerte”. Fue
escrito a finales de los años ochenta, como casi todos. Aparece en las dos
antologías Faltan palabras en el
diccionario (2011) y Por complacer a
mis superiores (2014).
La concepción de la muerte de mi madre era muy diferente a la de mi
padre. Mientras que Esperanza se pasó toda la vida preparándola, al final de
sus días no tuvo tiempo de dejar todo en orden. El orden es una virtud hasta
que llega la muerte.
Arturo nunca pensó en morir. Su vida transcurrió con más pena que
gloria pero sin pensar que un día dejaría de existir. Horas antes de su
fallecimiento me preguntaba por el color del Peugeot 306 que le habíamos regalado.
Uno creía y se preparaba mientras que el otro disfrutaba de las vanaglorias
de la vida.
Hoy la llama ha subido muy alto. Se desliga o se separa. A Esperanza
le hubiese gustado dejar el velo sobre los seres queridos, pero no fue posible.
Arturo hubiera preferido no dejar de existir. Eran dos concepciones diferentes
que se plasman en dos versos de “Preparación de la muerte”.
Un mes, fue justo un mes, antes de su marcha, Esperanza me contó con
pelos y señales cómo iba a ser su trágico final. Y lo tengo grabado desde
entonces.
La vida nunca se presta a segundas oportunidades y si lo hace, es
mentira.