Cercano a los cincuenta la vida se contempla de manera diferente. Uso
gafas para leer todo lo que admiro, y no me las pongo con lo que detesto, así
evito los juicios de valor y los desengaños singulares.
Me aburre todo aquello a lo que antes acudía con asiduidad. El mérito
no consiste en el cambio sino en la madurez, y hay escritores que en vez de
viajar hacia la sensatez acaban ausentes de experiencia.
Lloro de vez en cuando. Hoy, sin ir más lejos, he enterrado a dos
pájaros que aparecieron muertos al amanecer. A diferencia de lo que indica
Leopardi en el Zibaldone (la nada), estoy convencido que el principio
de todas las cosas es el caos armónico o equilibrado, pero sin dejar de ser
caos. ¡Héctor y Aquiles fueron tan diferentes!
Llevo los dos anillos en las manos desde hace unas semanas. Algunas
noches los deposito en un vaso de leche, y los dejo reposar en alimento. Los
toco, los manoseo, grabo en el alma todos los pensamientos que transmiten.
Las relaciones recíprocas no conducen al silogismo, recurro a las
analogías.
La vida es un gran rabilargo que diariamente vuela sobre tu cabeza.
Sustraemos de él lo posible y lo imposible, lo alto y lo bajo, lo agudo y lo
grave. Nos volvemos reflexivos y relativos. Un día el pájaro no vuela, no
aparece, se encuentra con el bien supremo si regresa al día siguiente. Lo debes
enterrar si desaparece.