viernes, 22 de febrero de 2013

El alimento




ES LA fortuna la que gobierna la vida, no la sabiduría. Repito la máxima y Epicuro sonríe. He dejado de ser en el instante justo de su terminación. ¿Feliz o infeliz? No poseo la abundancia y me asalta la duda cuando leo a los clásicos. Es una injusticia permanecer rodeado de hombres infelices, de poetas infelices.

Sin ánimo ni disposición he dejado de ser. Dudé infinitamente, es humano como el término, pero al final venció la exactitud. Sin ostentación deseo complacer a los insectos, a los topos, a los rabilargos, a todo el animal que me acompañe al centro. Incluso a las hormigas y a los gorriones. Mientras unos se sustentan de alimento en las ramas de la encina, los otros suben con orden por su tronco.

El pájaro puede volar, la hormiga no. Miro al cielo muy a menudo. Busco a mi madre, a las nubes y aquella explicación lógica que nadie me ha impartido.

El pájaro fabrica su nido con ramas y palos, como crea la poesía sin estar, sin ser uno mismo siempre. La hormiga arrincona provisiones en los huecos más estrechos de su hogar. La fortuna ni posee admisión ni es aconsejable. Tan solo es fortuna y ya ha dejado de ser.

Ahora reclamo el alimento, la ambición y el amor que perdí en una azotea de Moguer hace ya muchos años. El alimento es una estrella luminosa, un universo de ángeles negros como órbitas.

El centro indudable posee una gravedad feroz, comparable al escalofrío de morder un limón. Tiemblo pero no doy importancia a esta corrupción de la naturaleza. Observo la trayectoria del sol y de la luna mientras la gravedad señala direcciones y objetivos. Al final Platón, solo estará Platón.

Grito fuerte y alto ALIMENTO, llega Sócrates con bellotas.