ENTRE Russell y Wittgenstein.
Amo a ambos, sus cuadernos azules y marrones, la claridad, la transparencia, la
sinceridad. Sigo buscando con ellos los límites que nunca hallaré en vida, ya
he dejado de ser. Intento ser. ¡El centro es el pensamiento y su identidad!
Paseo, ando mucho a pesar de
la constante molestia de la cadera. Me avergüenza usar bastón y en su defecto
he comenzado a contar las baldosas de las aceras. También anoto el color de las
hojas de los árboles. Utilizo un lenguaje propio para definir los distintos tonos
de verde.
Saludo a todo aquel que se
acerca y evito lo que huela a no poesía.
Pierdo la memoria con
frecuencia y no sé si respondo, contesto o me ejercito. Hago desaparecer la
noción del tiempo de la vida, del espacio y la palabra.
Acompaño a Platón a todas
partes. Sus visitas requieren de tono, de ritmo y de armonía, esta nueva forma
de andar le gratifica.
Leo mucho. Últimamente
llegan abundantes libros inéditos. Termino pocos. Descubro en el exterior el
interior ajeno, la identidad. Aprovecho la oscuridad para tomar notas en un
pequeño cuaderno blanco. La luz natural desespera la transparencia. No ser es
estar, poder hacerlo.