NIEBLA. Todo cubierto por la
niebla que avanza y susurra al oído. He dejado de ser en esta tarde. Paseaba
entre los árboles grandes, aquellos que ejecutan los caminos para sobrevivir.
Dejo de ser para ser pero no soy. Incapaz de redimir el perdón en los actos,
vuelvo a la realidad, visito el paraíso.
Nunca echaré de menos los
momentos de felicidad compartida, los encuentros y besos en la esquina del
parque con un te quiero mucho y una
lágrima. Los pasos en la acera iban dejando sombras, hasta melancolía. No es
posible querer y ser querido sin que venga la niebla y difumine entonces tu
sonrisa, tus actos, ese dejar de ser para ser, pero sin poder ser.
Todo es mentira. Lo repito con las manos en
los bolsillos mientras paseo por Gran Vía con Loreto. Guadalupe se afana en
redimir pero no pretendo hacer de esto un aquello. Ni amo a Juan Ramón ni a sus
principios. Me aburre todo lo que huela a terciopelo. A terciopelo marrón.
Salto la baldosa azul, la
descolorida. Dejo de ser un tiempo, nada más. Este año de mil novecientos
noventa me llena la cabeza de fantasía. Vuelvo a la azotea. No hay nadie. Mi
hijo no ha nacido y nadie hace las fotos. La vida alrededor es perfecta. Mi
mundo. Mi propio mundo. Odio la vida y sus acontecimientos. Odio aquello que
huela a circunstancia. He dejado de ser para siempre.
Vuelvo pero no soy yo. Lo
intento. Me relaciono, hablo, río. No soy yo. Dejé de ser hace años y nunca más
podré volver. Doy la vuelta. He dejado de ser sin ser yo mismo.
Camino sin mí, no soy nadie.
Voy por un camino de árboles. Nada es perfecto, ni siquiera nuestro alrededor.