ANDAN revueltos los poetas
en los últimos meses. Revueltos y caudalosos. Ha llegado el momento de la
verdad y han sentido el pellizco en el alma que les dice: Todo es
mentira, tú también eres mentira. Y claro, lo último que desea un poeta es
asimilar que no es nadie ni será nunca nadie en realidad.
Tiempo de revolución, de
cambio, de ausencia de aceptación personal. Hay que dejar de ser para ser y eso
en un poeta es tan complicado como escribir bien. ¡Qué inmensa claridad
desprende el centro! El único e inconfundible, el indudable laberinto que se
refleja en el espejo. La única verdad.
Nunca serás consciente que
eres mentira, sin dejar de ser, sin humildad, sin silencio ni soledad. Cicerón
se empeña nuevamente en amortiguar la caída con un poco de virtud pero no me
convence. ¡Es tan fácil dejar de ser y tan difícil aceptarlo!
Permanezco en el centro.
Inmutable. Sócrates viene y va entre la lavanda y el romero. Pasan los días con
sus noches. Pasan las estaciones. Suena el teléfono pero no acudo a él, será
uno que dice ser poeta y no posee elogio. Amo las perturbaciones sin virtudes,
los impulsos irreflexivos y la poesía propia.
Cada día deseo mucho más a
la poesía pero mucho menos a los no poetas.