HAN regresado los topos, la
tierra vuelve a removerse hacia el cielo. Piso los montículos y aplano la
serenidad. Hay poetas que son topos y topos poetas. Ridículos e
insignificantes.
Cada día que pasa amo más la literatura pero odio todo lo que la rodea, incluidos los circuitos venecianos y la diferencia que existe entre el atlántico, el cantábrico y el mediterráneo.
Todo es mentira, no hay nada verdadero, ni siquiera nosotros existimos sin dejar de ser. Nos empeñamos en seguir siendo nadie y morimos con ello, con la propia impresión que nunca nos digiere.
Discuto a menudo con Cicerón. Los topos no son seres virtuosos, los poetas tampoco. Me ha regalado un pato. Le he puesto de nombre Sócrates y le encanta pasearse en el columpio de la encina. Por la noche debo esconder a Sócrates en la casa de la izquierda, aquella que linda con la carretera. Evito que los animales le den su dosis de cicuta.
Inventamos el mundo cada mañana, lo imaginamos y lo contamos con toda clase de definiciones erróneas. Aquello que observamos no es cierto, tampoco cuanto leemos.
Ya no guardo silencio. Soporto todo lo que contiene amor y lo expulso como hacen los topos con la tierra. Siempre para arriba, cerca del cielo.