lunes, 16 de marzo de 2020

Día 1



Cicerón era sincero en sus textos. Seguro que miraba a los ojos cuando conversaba. A Cioran le gustaban los escritos que versaran sobre las dificultades y no los que manifestaban ideas.
El silencio solo se rompe con Rajmáninov, con La isla de los muertos. Desde la terraza los semáforos cambian de color sin que pase un solo vehículo. Enciendo un cigarro, cierro los ojos y, al abrirlos de nuevo, pienso que todo lo que ocurre es un mal sueño, como un apocalipsis contemporáneo. Vuelvo a cerrar los ojos. Se encienden las farolas a su tiempo. El camión de la basura hace mucho ruido, aunque esté a varias manzanas de distancia. El ruido interrumpe. Lo vuelve a hacer. El vecino de al lado golpea las cuerdas de una guitarra para matar el aburrimiento, y de paso, la armonía. Vuelvo a cerrar los ojos.
Cicerón logró sobrevivir, también Cioran. Y Rajmáninov.
No mirar los ojos del interlocutor me aterra. Ahora la distancia que existe entre los cuerpos es mucho mayor que la habitual. Y los ojos se cierran, se agacha la cabeza y se evita el contacto visual. Cualquier otro contacto ya no existe, tan solo ese saludo artificial que no convence a nadie, condiciona.
Las horas pasan más despacio. Al principio la imaginación era la protagonista. Ahora lo es el silencio. Hay que abandonar las ideas y centrarse en las dificultades.
El silencio es nuestro instinto de supervivencia.