Dicen que en los momentos difíciles
cada cual se refugia en aquello que le llena. Recuerdo el Evangelio de
Felipe: “Las palabras con que nombramos las realidades terrestres engendran
una ilusión, desvían al corazón de lo que es real hacia lo que no es real”. Y
en el mismo evangelio apócrifo se puede leer: “Todas las palabras que
escuchamos en el mundo están ahí para decepcionarnos”. La verdad se nos oculta,
suele ocurrir siempre. Pero los que dicen llenarse de algo se engañan.
El ruido del lunes sigue siendo
ruido. Pero es un lunes diferente, como si el golpe del viento en la persiana
hubiera inundado de pesimismo nuestras vidas, nuestras ilusiones. Nos hemos
contagiado todos, lo hemos hecho de amargura, de impotencia, de
irresponsabilidad. Queremos culpar a alguien, pero no sabemos qué significa la
palabra culpa. Tal vez unos se llenen de esa culpa y otros lo hagan del
silencio.
Los buenos momentos son un bien
escaso, y de duración muy limitada. Haces balance. Intentas fingir. Intentas leer.
El vecino sigue empeñado en destruir la concordia, la consonancia. Es una forma
de asesinar el equilibrio, y sin equilibrio no existe la armonía, habita la
desproporción.
Nunca me han gustado ni las
banderas ni los aplausos, pero somos animales domésticos, y ahora vivimos en
jaulas, esperando la llegada de la primavera para saborear la luz.
El silencio es nuestra
conciencia, pero también es nuestra confianza.