Nada es lo que parece. Nunca nada
es lo que parece. Pero lo más curioso es que nadie es lo parece o aparenta
tampoco. El mundo virtual se ha llenado de diarios o escritos sobre los días de
aislamiento. Más que desarrollo sigue habiendo postureo, un falso postureo que
no se presenta con fotografías sino con palabras. Palabras. Vacíos. Huecos.
Me sorprende la reacción de los
medios y de los políticos ante el mensaje del rey. ¿Qué van a decir los medios
y los políticos? En plena crisis social no tienen más remedio que enaltecer
esas palabras, vacías, huecas.
He vuelto a escuchar el mensaje,
por si me hubiera equivocado y en vez de oír a Felipe VI hubiera hecho lo
propio con el musical Bohemian Rhapsody. Pero era él. Eran sus palabras,
sus gestos fingidos, sus posturas, el movimiento medido de sus manos, la
expresión. Nada ni nadie es lo que parece.
Escribía Hermann Broch en Los
inocentes: “El hombre no vale nada y su memoria está llena de lagunas que
nunca podrá volver a llenar. Hay que hacer muchas cosas, las cuales luego se
olvidan, a fin de que lo hecho sirva de soporte a lo poco que después se
recuerda. Todos olvidamos el trabajo cotidiano.”
A veces pienso que esperamos que
un hada nos visite, que nos llene de todo cuanto necesitamos, que nos haga
feliz, aunque sea por un instante. Pero esto va a durar mucho. Muchísimo. Poco
a poco iremos convirtiéndonos en inadaptados, en productos de un éxito ajeno,
en mascarillas, en guantes, en inocentes que tropiezan con un reguero de
pólvora, que caen a causa de la tortura y de la inquietud.
Dice Broch: “Los discípulos
quedaron, confusos, en silencio. Pero como el rabino no volvió a hablar, sino
que permaneció sentado con los ojos cerrados, se marcharon calladamente.”
El silencio nunca será vacío si se
busca lo bello.