Anoche tuve un sueño. En él aparecían
las personas que habían provocado esta pandemia en el mundo. Y lo más
sorprendente es que ellos se habían vacunado hacía meses contra el virus. Son
los mismos que llevan décadas destruyendo los valores morales, los que intentan
generalizar la degeneración, son unos poderes que, por un momento, resultaron
visibles en mi sueño. Transparentes.
Un nuevo día. Igual que los
anteriores. Poco o nada ha cambiado, la rutina en silencio que se rompe a los
ocho con los aplausos. Espero que el mundo cambie, que nos abandonen los
pesimistas, que hagan lo propio los optimistas, que solo permanezcan en él los decepcionados.
Cioran escribió algo así, o parecido, esto que indico no tiene mérito. Pero es
lo que pienso en la propia decepción.
Leo El Quijote, no solo me
entretiene, sino que me alimenta. La diferencia entre entretenimiento y alimento
es grande, es decepcionante. Evito cualquier lectura contemporánea. Cuando tomo
un libro actual entre las manos se me aparecen los rostros de aquellos que han
provocado esta pandemia, esta degeneración, esta inversión de valores hacia el
optimismo y el pesimismo, cuando lo que realmente importa es la decepción.
Hoy llovía. De forma desigual,
pero llovía. Salí a pasear con la excusa de comprar y seguía lloviendo. Cuando alguien
me habla escucho su voz de forma diferente, con eco, como si esa voz habitara
en un segundo o tercer plano, y el tono, ese eco, tuviera consonancias
metálicas. La voz también decepciona. Los optimistas publican en las redes.
Publican en las redes. En las redes. Decepcionan.
El silencio es el inicio de
nuestra decepción.