martes, 24 de marzo de 2020

Día 10



Toda ilusión deriva en masoquismo. Y lo hace para el que se cree la ilusión, que suele ser a la vez su propio creador, siga ilusionado. Una ilusión es como la llama de una vela que, una vez encendida, se mueve de un lado a otro, de arriba a abajo, hasta que se consume la cera, o la propia cera derretida consigue apagarla. En ocasiones la mecha de la vela es deficiente y, nada más encenderse, la apaga la cera líquida.
Cuando era joven me enseñaron que la información es poder. Hace años descubrí que el poder radica en la desinformación, en la mentira. Ni un solo país del mundo entrega veraces sus cifras de la pandemia. Ni uno. Y esto se hace para disponer que una información que ya no otorga poder, y a su vez, generar una desinformación que contente a sus ciudadanos. Aunque resulte catastrófico, siempre será un mal menor, será mentira.
La ilusión provoca masoquismo, en los gobernantes, en los ciudadanos. Nadie puede representar a nadie y, si lo hace, tiene que manifestar, en algún momento de su vida, arrepentimiento. Resultará humillante reconocer los errores a corto plazo, sería una posición insostenible y nada defendible.
El ser humano, no hablo aquí del ciudadano, debe obtener respuestas satisfactorias y reales para que su vida fluya en armonía sin necesidad de ilusiones. La desinformación es la gran amenaza, no nos confundamos.
El silencio solo tiene dos caras: la cara del silencio y la cara del silencio.