Le he regalado a Diego unas gafas de sol. Los presentes suelen
adelantarse a las despedidas. Preparo un fin de ciclo, una contradicción que
evite la desgana, como una leyenda. No hay tabaco, ni whisky, ni luz en casa.
Recibo una foto de las cuatro piedras. Otra de E., y unas cuantas de
un acto, las envía otro Diego, donde hago el carajote. Ni lo recordaba. Entre
amigos la libertad se rompe en desconcierto.
La existencia del centro indudable es evidente. A él aspiramos. Muchos
autores clásicos se acercaron, incluso algunos consiguieron tocarlo. Leo poesía
contemporánea para buscar matices, desvíos, para saber de ella simplemente.
Nuestro objetivo es claro. No deseamos nada más que ese acercamiento,
seguir soplando velas y una pizca de calorcillo
humano que abrazo y retengo. Nos hace libres.
Las gafas no han gustado. Siempre las usa de marca y las mías las
compré a un chico de color en el centro. Daban el pego. Como los versos de los
poetas que obtienen galardones y convencen al jurado vendido. Dan el pego pero
de centro nada.
Toco las piedras. Una de ellas, la azulada, desprende un calor
intermitente. Aprendo por momentos. Aquello en lo que pensaba y admiraba ha
perdido la esencia. La verdadera esencia. La voluntad la dejo en el camino de
los atareados, y toda la mentira la arrojo al camión de los despojos, donde
habita el olvido y la falsedad. Me alejo del falso circo de los gladiadores, de
la no poesía y de los intereses
humanos. Solo acepto los propósitos de dios,
de mi dios que nunca será tu Dios.
Leo poemas de otros que admiraba y los encuentro vacíos, llenos de eso
que denominan falsedad lingüística. Preparo un fin de ciclo.