viernes, 6 de diciembre de 2013

Pureza y creencia




La comparación con Esquilo me ha hecho reflexionar. En un primer momento acudí a las trilogías y al sentido de las tragedias. Todo giraba en torno al sufrimiento del hombre que el griego trasladaba hasta el propio conocimiento. Pero leyendo a Leopardi llegó la luz. Y lo hizo como ocurre siempre, con una vela encendida y el humo del cigarro que oculta la figura de Pérez Galdós sobre mi cabeza.

Mi dios, ese dios que acompaña y enseña. Allí está Esquilo. Un dios sin destino, un dios que aborrece la falsa democracia que vivimos.

Leo poesía. En los últimos meses leo mucha poesía. Debo hablar con propiedad: leo algo que denominan poesía: la no poesía.

La no poesía no puede ser definida, ni debe ser calificada con adjetivos, tampoco debe agruparse, ni hacerse plural. La no poesía no es poesía.

Encuentro en ella la utilización insensata de la palabra. Sin estructuras semánticas. Como si el aprendiz deseara mostrar al lector un erróneo dominio, como si fuera incapaz de transmitir con equilibrio la justa proporción, la equidad, la armonía.

La no poesía está carente de ritmo, de tono, de esa armonía que es valoración, pureza y creencia. La razón de la palabra poética está ausente en la no poesía.

Su lectura aleja de las nubes, del pilón, de los pájaros, de la naturaleza. Pero su lectura enseña y refuerza. Lo dice Esquilo.