lunes, 9 de diciembre de 2013

Vislumbrar



Todo cuanto acontece en esta vida consiste en alabar a la poesía verdadera. Los instrumentos que nos otorgan son la contemplación de la naturaleza y el silencio y la soledad personal. Las cosas son como deben ser, el centro es su medida. Contemplar y comprender nos convierten en espectadores.

Hace años que no encuentro a ningún confuso laberinto. En cambio, en los últimos meses, la facultad de vislumbrar se ha enriquecido sin haberla alimentado. El descubrimiento se convierte en acierto. Son seres que habitan, viven, están presentes. Pero esos seres se han ido -marcharon hace tiempo-, permanecen entre nosotros esperando la mudanza irrenunciable y corta. No se trata de azar, ni de enigmas, tampoco son conjeturas. Cuando ha de ocurrir sucede.

El poeta no tiene la necesidad de peregrinar, ni de mendigar. El silencio y la soledad parecen dolorosos pero son verdaderos. De forma libre enriquecen las facultades, nos hacen participar de la totalidad de las formas, los actos nobles existen sin comienzo ni fin.

He tomado el espejo, el que tiene un marco marrón. Fuera de él no existe nada. Hay límites extremos, pero todo está dentro de esos límites: lo fidedigno, el pensamiento, lo indiferente, la indolencia, la pluralidad, el caos, los casos fortuitos, las desgracias…

Contemplo a un ser que ya no habita entre nosotros. Permanece idéntico, la transición nos hace pequeños y abultados, su espacio ha dejado de tener movimiento. Acudí todos los días a su encuentro en la calle donde paseaba, se encontraba en el mismo escaparate contemplando muebles. Un día dejó de aparecer. Pregunté en la tienda y anunciaron su fallecimiento. Se marchó mucho antes, pude ver que sus pies no tocaban el suelo, suspendían los límites en las fronteras del espejo.