lunes, 20 de junio de 2011

Noventa y cinco



He estado varias semanas preparando la lectura. En el porche de la piscina y junto al árbol donde está enterrado dios, dispuse unas sillas de plástico, un par de mesas, luces de artificio por si se hace de noche. He parado la depuradora. Su ruido constante puede alterar mi voz.

Sobre las ocho de la tarde comenzaron a llegar los invitados y fueron tomando asiento. Las palomas, los pájaros, las ranas, los topos, dos conejos, el pequeño gato del vecino, un ratón minucioso que consultaba mucho, varios perros, las golondrinas bebieron un poco antes del vaso del recinto. También llegó el jardinero, su nieto, la tortuga que corre por el césped, un ángel negro repartiendo flores. Estaban casi todos. Un crítico de poesía muy famoso, rabilargo, apareció justo cuando me sentaba. Lo miré despiadado, dicen que es muy indiscreto.

Aprovechando que corrijo las pruebas de Faltan palabras en el diccionario, les hice un recorrido por mi obra. Comencé con Motivos (1983) y acabé con inéditos. Los más nerviosos se movían. Costó trabajo que aguantaran “Variación de Moguer”, es de El violín mojado (1991).

Mientras leía “Ejercicios de Irreverencia” (Una aproximación al desconcierto, 2011), el árbol de dios movió las ramas. Se estremeció la huida. Me obligaba a volverme. He guardado la humildad en unos versos. Agradezco los chirridos de los animales. De todos.

Para acabar les regalé un verso que, hace muchos meses, leí a Jorge por teléfono. Él no paraba de reír mientras lo repetía. Al día siguiente me lo pidió por mail.

Juego a mirar para no verte.

El primero en felicitarme fue el rabilargo. Preguntó varias cuestiones que daban un poco de miedo. Cuando se marcharon todos me senté junto a dios. ¿Dicen que es indiscreto? Tanto buscarlo en la tierra para encontrarlo en el suelo. Enterrado.

Miro a la palabra, siempre. No soy cínico. Nadie se quedó dormido. Desaparecieron al igual que llegaron. Una tarde de sol donde todo es distinto. Los animales me comprenden, se entretienen, corren, vuelan, no se pierden. Con mis manos vacías les recité poemas. Inventaba una huida. Ahora tengo sed.