martes, 7 de junio de 2011

Treinta y cinco



Como un pequeño pájaro, en el centro del parque, doy saltos diminutos intentando no pisar la llaga de las losas. Es un ejercicio. Una simple acción de entendimiento. No debes creer nunca las cosas que sobre ti dicen, y mucho menos aquellas que se escriben. Yo besaré primero los versos de los otros. Me suena grande todo o casi todo. No he olvidado nada, ni siquiera los matices. Por eso te he llamado. Necesitaba una adaptación poética a la realidad, en el centro del parque.

Lo que siento ahora no puedes verlo. Tiene vida, lluvia, lágrimas grandes. Como verás, he escuchado prudente tus consejos. El amor siempre está por encima de las primeras crisis. Has trasmitido que no tienes donde ir, que escondes tu cabeza en el frío.

Huyo de aquellos que hablan por hablar. Los no sinceros. Enemigos de la realidad más pura. No creo aquello que repites. Hoy vuelvo para seguir dando saltos en el suelo. Me rindo. Estoy cansado. He roto todas las cartas y he eliminado tus mensajes. Uno a uno. Lo que dices es un mundo genial, y como genial no existe.

Adelante. Queda mucho parque por recorrer. Intento dar un salto muy grande para tocar la luna, pero me quedo en casa. No quiero reconocer que te he perdido. Pero lo siento. Como cuando hablas con alguien para malgastar la saliva sobrante.

La distancia existente entre un teléfono y otro es grande. Los auriculares son la ceremonia. La voz viaja pendiente de un hilo. Anda dime más cosas que necesito comer, el alimento es una obligación como tenerte. Guardas silencio. Ya no me puedo perder.

Has buscado un gusano y encontraste un simple girasol. El diablo me habla. Era tu voz. Necesito mirar tus ojos ahora. Nunca creas lo que dicen de ti. Lo que escriben de ti. Solo hay una fórmula, es muy dolorosa, ocupa poco pero todo lo llena. Se llama silencio y se esconde en la luna. ¿Dónde queda tu verdad?