miércoles, 8 de junio de 2011

Veinticuatro



Me reprochas el tiempo que te robo y así, muy lentamente. Que si no te cojo de la mano, ni te digo cosas bonitas a la cara. Nunca fuimos amigos, es mejor perder las cosas, lo tengo claro. Todo lo veo distinto. Ahora todo es distinto.

En el proceso de creación aparecen a tu alrededor diferentes seres, de tipos distintos y extraños. Los hay humanos con los que descubres la grandeza de la vida y de la poesía. Otros viajan eternamente y por ello nunca sabrás su propio desconcierto. Algunos difieren del tono que defiendes pero enriqueces la lectura con sus palabras. Admiro a los lectores, los magníficos lectores de siempre y por todo el tiempo. Pero también están los hombres de poca fe, los inhumanos, aquellos que han forjado su camino sin la propia elección, principalmente porque desconocen qué es un camino y qué es una elección.

Estos individuos de poca monta suelen venir agrupados, suelen vivir agrupados y realizan todas las maniobras en comandita. Si uno de ellos destaca un poco más que los otros realizan la teoría de la conspiración adversa: o lo hunden o lo elevan.

En la historia de nuestra poesía más reciente se ha dado el caso, en más de una ocasión, de la aparición furtiva y descarnada de estos señores. Más que bienes líricos causaron rencores, envidias, e incluso motivaron más de una disputa sin fundamento lógico.

La mala fama no se crea, se masturba. Y uno dale que dale a su mala fama y acaba explotando, con la cabeza colorada y las venas henchidas. No podía ser de otro modo. Ahora, como todo es distinto, a estos señores los observo, los saludo, les estrecho la mano suavemente, pero evito cualquier conversación a la luz de la luna. ¡Ya tiene bastante la pobre luna!

Nunca fuimos amigos, la verdad. La humanidad la delatan tus manos. El apretón denota consecuencias cínicas. Suavito, con el amor de un hombre que perdió una vez su vida y su sensatez. Jugar a hacerse daño es reprochar el tiempo que te robo sin decirte te quiero y esas cosas que se dicen sin más, por eso mismo.

¡Qué no daría yo ahora por cambiar un poco mi histeriagrafía! El grano de trigo que no muere no da frutos.