jueves, 16 de junio de 2011

Treinta y siete



Creo que viajaré a Chile. Se debe estar muy bien. En El Tabo las luces siempre son amarillas, tienen el corazón entre los dedos. Y cuando sudas mucho reprochan la insistencia, dejan de ser lo mismo.

Esta noche con Cristián, ahora Carlos Trujillo, y desde luego más. Tener a don Nicanor cerquita de tu casa debes ser un gustazo. La luz, el mar, las sombras, unos pájaros dulces que dicen que me quieren. El estilo se funde con la propia persona.

Un autor español, de edad equilibrada (la mente y el espíritu no conciben de edad, siempre tienen memoria) dice que odia la falta de estilo. ¿Y tiene acaso él un poquito de estilo? No te creas el mayor, aquí todos somos niños, y una falta de clase se soporta, pero diez mil nunca.

El estilo, al igual que la vida, nace con la persona. Y se tiene o se ausenta. Da la casualidad que los grandes poetas siempre tuvieron clase. Unas más refinadas, pero en el fondo estilo. Y aquellos que navegan (sin la luz amarilla) y planifican actos, y mentes y propósitos, andan escasos de ello.

La poesía es el estilo. La clase los proverbios. Y si unes la dicha con la mayor de todas las virtudes, resultará que el centro de este bosque latiente hará que te comprendan. Odio a los vagos, los simples, los rompecorazones, los que quieren salir y siempre están entrando, los que anteponen vida a la palabra vida. Los que surgen de pronto y escriben como hablan. Los bienaventurados que calculan las sílabas para hacer que el poema les resulte perfecto. Con estilo, con clase, el verso sale solo.

Manipular el mundo es como viajar a Chile sin billete de avión. Es ver el amarillo de azul intenso siempre. Por favor no te escondas, si te vas hasta nunca, si vuelves hasta nunca también. No te echamos de menos.