lunes, 13 de junio de 2011

Treinta y nueve



En los sitios visibles me siento junto al árbol. Miro al cielo, busco a las estrellas y saludo a los pájaros que siempre me visitan. Cuando soy invisible prefiero los garajes subterráneos, su frescor y silencio. La ingravidez del aire. Debo esconderme ahora, la vida me entristece. Las personas que habitan me distraen, me confunden, hacen que esté molesto. ¡No podíais iros todos! Un puñado de libros y nada más. No necesito más.

Me aburren los señores. Las señoras me sobran. La creencia es un acto que comienza en domingo, y debes ser muy fiel a todos los momentos mientras estés tan solo. Decía Marco Aurelio que la noche le absorbía de paz. Y Virgilio forjó la metamorfosis en pájaro. Fue Ciris. Sobra el hombre. Nunca falta el principio.

La falsa literatura me aleja de la paz, los aprendices de seres humanos me enturbian los propósitos, las interferencias de lo absurdo hacen que me esconda. No hay literatura en unas crónicas vulgares y humanas. No hay literatura en las tertulias de hombres. No hay literatura mientras exista la vanidad del hijo pródigo. El hombre no es literario, lo es su obra, y si su obra es pobre (ocurre siempre) las crónicas serán los desechos del infierno de Dante, pero escritos por mortales no literarios.

Todo arde. La amistad es un engaño como lo son sus versos, sus textos en prosa, su propia vida es falsa. El hombre siempre es falso y es un hombre porque eso cree. Yo pienso que es una enfermedad. Una grave enfermedad sin cura.

Sentado junto al árbol leo a Rilke. Aprendo de personas que pueden enseñar, que han leído la esencia, que llegaron al bosque y en su centro, descubrieron la luz y su silencio. Sin silencio no hay poesía. Los deseos humanos y hasta las peticiones, no son literatura.

En el centro del parque todo se ve distinto, diferente. Aprendo de vosotros: luces, pájaros, sombras, estrellas, una espiga de trigo (buen espíritu) y silencios. ¿Para qué quiero al hombre?

Disfrutad, haced cosas vulgares, humanas. Me acerco al desconcierto pero me quedo en las puertas, no me atrevo a dar el paso. Ya lo hice una vez y el resultado dio origen a las inclinaciones. Mientras os olvidéis de mí, no habrá problemas. Dejadme en el silencio. No os echaré de menos, sois la nada.