sábado, 18 de junio de 2011

Treinta y seis



Ni siquiera mis hijos dan las gracias, qué puedes esperar de las personas. Paisaje azul sobre fondo de pájaros, o tal vez composición abstracta. La vida es un cuadro muy moderno, en tonos blancos, con matices. Invento una nueva huida, esta vez me alejo del parque. Quiero recorrer mundo, conocer a personas, hablar con nuevos rostros. La red del pasado ha culminado, entiendo que me he perdido.

Caigo por un túnel redondo. Todo está oscuro. Una voz a lo lejos repite un poema de 1991. Una voz de mujer. ¿Natalia? Definitivamente me he perdido. Tengo las manos vacías, manchadas de lodo. Un error. Esos versos no guardan el tono. Declinas de forma miserable, como los antipáticos.

Navego por un sueño. Juego a las cartas con Claudio en el bar junto a su casa. Una botella a medio vaciar ocupa la mesa. Hay cuatro vasos. Solo estamos tú y yo. ¿Me he perdido?

La poesía es el símbolo de las marcas. El recuerdo de estar siendo y viendo. He comprado dos libros de Mauricio que están sobre la mesa. Un ruido me asusta. Agacho la cabeza inventando mi huida.

Tengo buenas las cartas. La partida no sobra. Y al cerrar estos ojos navego por los astros. Un hemisferio reclama mi presencia. Cuando despierto me encuentro en el centro del bosque. Mis manos en la tierra. Los gusanos me ayudan. Un ángel negro mira por encima del hombro.